jueves, noviembre 20, 2008

La suerte es una ramera de primera calidad


LLega. Sudor. Acordes. Empaqueta recuerdos. Besa los labios. Enreda. Descarrila el tiempo. Recoge la piel… Pero mejor será que empiece por el final…Cuando entro en el camerino Quique aún se está secando las manos. Se ha cambiado de camiseta y el grupo está orbitando la habitación. Pinchos de tortilla y bolsas de patatas fritas y torres de cajas de cerveza (la mitad vacías) adornan la zona. Saludamos a Karlos, a Javi y a Jacob; Después se acerca Quique. Se le ve cansado, no me extraña, casi dos horas y media de concierto ya casi nadie lo hace. Pero esta vez sí, esta vez era el décimo aniversario de su primer disco “personal”.Nos reímos al mirarnos y recordamos anécdotas, él más que yo. Fotos y un: “venga tío, no te damos más la brasa”, a lo que él responde: “no te preocupes, no pasa nada”… Quique es así, egocéntricamente desprendido.
Cuando entro en la sala, antes del concierto, Jacob está sentado en la escalera hablando por el móvil. Me saluda. Me acerco y le lanzo mi mano. Este tipo lleva toda la vida tocando el bajo junto a Quique, y es un personaje con una sensibilidad excepcional. Vive los conciertos como si fueran varias vidas, una cada vez que sale al escenario…Sale Quique. Pelo largo, barba de barricada, de esas que se usan para hacer menos visible la timidez. Americana negra y camisa negra. Comienza el baile. La sala es pequeña y estamos unos pegados a los otros… Suerte haber venido. La primera idea fue no hacerlo, ya le había visto en Marzo presentando su disco “Avería y redención”. Pero siempre hay algo… que me llama. Siempre hay algo en los concieretos de Quique que me sorprende. 26 canciones, de esas para nota… de esas que no toca casi nunca, o nunca habitualmente. Da un repaso exquisito a toda su discografía y nos mira como si tuviera las cartas marcadas, y tal vez sea así, él siempre lo tiene todo controlado, incluso el momento en el que tocando “Cuando éramos reyes”, mete de forma deliberada el “Frío” de Alarma que ya versionaran Los Secretos en el 91.Suerte la mía, que pensaba no ir… la suerte es una ramera de primera calidad, olvidando el reloj, sus horas y sus minutos y sus segundos.

lunes, noviembre 10, 2008

Sal en el viento

Me ata el corazón, las miradas, el tiempo que transcurre entre mi mano y el niño que está en la cuneta esperando mi mirada. Me ata el sabor de las situaciones, el compás de las mañanas soleadas, las sonrisas concentradas de las personas que animan… la belleza de la distancia, el mundo imperfecto, el verde en las alturas, a lo lejos. Los cristales del tren se empañan firmado por el seudónimo de miles de corredores que soportan de pie el recorrido. Huele a Radiosalil. Los dorsales cuelgan del pecho como acordes en los pentagramas, unos rojos, otros verdes, amarillos… La contradicción de la cercanía unida a la perplejidad de las personas que no saben quienes son realmente, unidos para lo mismo, por lo mismo. Después caminar, cambiar de país y encontrar amigos que ya hacía tiempo que no veías. Encontrar otros nuevos. Dan la salida y disfrutamos de la onda expansiva, de las voces a cámara lenta a ratos, fugaces otros. Gorriti diría que hemos salido muy deprisa, que deberíamos haber bajdo el ritmo desde el principio. Yo me encontraba bien. El día, el sol y la gente hacen el resto. La Behobia/San Sebastian es una carrera con pinceladas de dureza plasmada con delirios de satisfacción, como los sueños cuando no se sueñan. Es descubrir cómo se puede volar sin alas, tan solo con el impulso de las miradas, de los gritos, de los aplausos que llegan por babor y estribor. Tal vez el punto negro esté justo al lado del punto maravilloso. Ese puerto con hierros oxidados y gruas paralíticas junto a la subida del km 15. Esa subida es una herida que no cura nunca. Da igual la terapia, volverá a repetirse infinidad de veces en tu vida. En realidad corres tú, pero no. No eres tan importante, ni si quiera eres tú, sino miles de piernas y huesos y pieles que te empujan sin perder el tiempo, ni el espacio… ni la memoria. Cuando Félix me cogió en el km14 y vi su ritmo, sabía que tendría que seguirle. Fue gracias a él que hice tres minutos menos de lo esperado, o de lo que yo esperaba. Sus gritos de: “Tú júntate a mi” y “después del 17 hasta la meta a saco” hicieron que varios kms bajaran del 3:30. Y después la meta, el olor a sal en el viento, el olor del sudor en la sal. Entonces construyes un beso con reverso, el que tú te llevas en los ojos y el que los cuerpos levantan en sus manos en una mirada dual.